De hecho, si contabilizáramos ambas clases de pelo los humanos no seríamos mucho menos velludos que nuestros primos más cercanos, los chimpancés. Sin embargo, resulta obvio que habría que someter a la mona Chita a una intensiva sesión de depilación antes de hacerla pasar por humana. ¿El motivo?, que en algún momento de nuestro pasado evolutivo nuestros ancestros del género Homo iniciaron un proceso de miniaturización del pelo corporal. Un proceso por el cual transformamos gran parte de nuestro hirsuto vello simiesco en una imperceptible alfombra de vello que nos ha granjeado el famoso apodo de «el mono desnudo».
La segunda pregunta nos lleva de nuevo al principio, a la necesidad de explicar por qué ese proceso de miniaturización del pelo fue más acusado en las mujeres que en los hombres. Pues bien, diversos estudios indican que muchos de los rasgos que los hombres generalmente consideran atractivos en las mujeres suelen ir asociados a fertilidad y buena salud, como unos labios carnosos, una tez inmaculada de manchas y arrugas, unos senos firmes y simétricos, o una cadera en forma de reloj de arena. Dada esta relación, la evolución habría favorecido aquellos cerebros masculinos que se vieron atraídos por estos caracteres sencillamente porque sus portadores habrían tenido más y mejores descendientes. Esto, a su vez, habría seleccionado no solo a aquellas mujeres de mayor «calidad genética», y por tanto más atractivas, sino a aquellas que hubiesen sido más eficaces a la hora de exhibir su atractivo. La razón, de nuevo, es que las mujeres más atractivas habrían sido capaces de aparearse con los hombres de mayor calidad, y tener más y mejores descendientes.
En definitiva, pensamos que la evolución podría haber favorecido una mayor «pérdida» de vello en el rostro y abdomen de nuestros antepasados femeninos simplemente para dejar más a la vista aquellos atributos que les permitían conseguir las mejores parejas. Y es que, a pesar de la consabida alegría que según nuestro acervo idiomático trae consigo el pelo, no descubrimos nada nuevo si afirmamos que generalmente resultan más atractivas las mujeres con poco vello.
Para concluir, conviene resaltar que esta última hipótesis se sustenta puramente en indicios circunstanciales, por lo que no estamos ni remotamente cerca de poder confirmarla. Me despediré, pues, tratando de cubrir esta desnudez de conocimiento con más pelo, ese que hemos mencionado antes de soslayo y que adorna nuestras partes más íntimas. Ese que distingue a nuestra especie de todas los demás especies de monos del planeta, pues ninguna otra cubre sus vergüenzas con un exceso de vello púbico.
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